Recién llegada al sur de España buscaba acercarme al mundo del periodismo andaluz y me topé con ella: su nombre, Elena de Miguel Conde, figuraba en el directorio del Diario Sur, la cabecera más importante de Málaga. Lo que sigue es la reseña de su discurso durante el último de mis encuentros con ella, el día que recibió el premio “Periodistas por la Igualdad”  y se atrevió a hacer algunas confesiones.

El encanto de lo breve me cautivó desde muy niña cuando, conminada por mis padres a sumergirme en la música clásica todos los domingos, descubrí que Chopin tenía una pieza a la medida de mis pequeñas aficiones musicales. Se llamaba Vals del Minuto y aunque más tarde habría de enterarme de la gran pasión que inspiró al pianista, mientras la improvisaba jugueteando con George Sand sobre el teclado, para el momento de mi descubrimiento infantil solo tenía valor la duración de la pieza, ese diminuto espacio de tiempo que Chopin restaba a mis correrías, en aras de mi intelecto. Desde entonces, el Vals del Minuto me haría quedar bien con mis padres, con la música y con toda la cultura del mundo, en tan solo sesenta segundos. Y a los 10 años, Frédéric Chopin se convirtió en mi coartada perfecta hasta que me pillaron: el Vals del Minuto había atormentado a mi familia, inexorablemente, cada domingo en nuestras clásicas tardes musicales.

Les decía que pienso que de allí viene mi fascinación por lo breve, si está bien hecho. Pero es una talla que implica, sin duda, dificultades. Resumir con brillantez una idea capaz de atrapar a quien entre en contacto con ella debe ser uno de los retos más fascinantes para los buenos expositores, con audiencias cada día más carentes de tiempo que perder en banalidades. Y acabo de darme un banquete en este sentido con el discurso de Elena de Miguel Conde, al recibir el premio Periodistas por la Igualdad, que otorga la Asamblea de Mujeres Periodistas de Málaga a propósito del Día Internacional de la Mujer. Todo un ejemplo de que lo breve también puede ser memorable.

Confesión primera

Elena quiso ser hombre. Eso sí, cuando niña. Cuando ante los ojos de aquella preadolescente de los 80, “el futuro era sin duda masculino”. La confesión le vino cuando al preparar las palabras que dirigiría a este auditorio de colegas periodistas, como ella, jugó a preguntarse “¿Qué tres palabras le dirías a la niña que fuiste?”. Y se le ocurrieron solo dos:

“Le dije a aquella niña llena de dudas: serás periodista. No recuerdo que quisiera ser mucho más con nueve, diez, once años, bueno sí, y por eso cuento esta anécdota, pensando en ello me llega un recuerdo agridulce que jamás he contado. Recuerdo muy intensamente, mucho, que en mis conversaciones internas me lamentaba de que no había nacido hombre. Puedo incluso volver a sentir en mi pecho esa angustia. ¡Qué maravilloso era ser hombre a los ojos de aquella preadolescente de los 80! El futuro era sin duda masculino. Ellos protagonizaban las grandes hazañas, escribían el futuro. Para mí ser hombre era ser libre, sin límites, poder aspirar a todo o a nada. Era poder escoger un camino sin corsés de lo preestablecido y sin la lupa de la maternidad y la estética como aspiración vital. Frente a aquellos ojos inmaduros e ignorantes, ellos eran los corresponsales de guerra, los locutores de radio más respetados, los que dirigían los periódicos y los que escribían los libros que yo leía”.

Cuando Elena tomó la palabra que minutos antes le cediera la coordinadora de la Asamblea de Mujeres Periodistas de Málaga, Teresa Santos, nadie que la conociera poco, como yo, hubiera intuido su capacidad retórica para atrapar a una audiencia ante la que habían desfilado la impactante activista del feminismo en la prensa mexicana, Lydia Cacho, y cinco comunicadoras malagueñas destacadas por su participación en una mesa redonda de candentes discusiones. Autora de 19 libros y galardonada con 50 premios internacionales por su contribución a causas vinculadas siempre al periodismo de género y la niñez, Lydia había recibido un prolongado aplauso en el auditorio que Elena debía ocupar ahora, y lo supo hacer con la misma sencillez que le conocí hace cuatro años en la Universidad Pablo de Olavide, de Sevilla.

Para la mexicana Lydia Cacho las mujeres periodistas aportan un nuevo relato y nueva forma de mirar el mundo.

Confesión segunda

A Elena, todavía hay quien la llama niña. Después de 24 años de ejercicio profesional, luego de ascender y alcanzar puestos por los que uno intuye que ha debido demostrar lo que vale dos veces más que sus colegas hombres, después de anotarse registros de éxito como Jefa de Información en el Diario Sur, La Voz de Cádiz y la subdirección del periódico Ideal, de Granada, ahora que es Subdirectora de Información, a cargo de la edición digital del diario ABC, después de tanto trabajo, todavía debe lidiar con algunos viejos hábitos entre sus colegas:

“Aún a día de hoy, he tenido que advertir a algún compañero de que llamarme ‘niña’ está fuera de lugar. Aún a día de hoy, sigo notando que introducir mi opinión en un círculo exclusivamente masculino es, a veces, una odisea. Aún a día de hoy, sé que tener carácter y decisión me resta, y a mis compañeros hombres, les suma”.

Tercera y última confesión

La han impulsado hombres. Contrario a lo que podría intuirse de mujeres premiadas por mujeres, no es Elena partidaria de condenar a priori los roles masculinos. De hecho, preocupada por el rechazo manifiesto de los jóvenes en una investigación a los temas de género, había tomado nota muy firme de lo dicho minutos antes por Lydia Cacho en su intervención: que en su opinión, los medios españoles no han sabido construir un buen relato feminista que incluya a los hombres. Elena, que había llegado de la mano de su esposo, en su discurso instó a hacer partícipes a los hombres en el “necesario avance hacia la igualdad”.

“Hoy estoy aquí también por los hombres que me crucé, que no vieron en mí solo a una mujer, sino a una mujer profesional. Toda mi carrera ha estado jalonada por hombres, grandes profesionales, que me han dado la mano y me han hecho avanzar, subir peldaños”.

Cuando la vocera de la Asamblea de Mujeres Periodistas de Málaga, Teresa Santos, presentó el premio de Periodistas por la Igualdad dijo reconocer con él la trayectoria profesional de la ganadora, así como su contribución al ejercicio del periodismo en igualdad y a la ruptura de los techos de cristal que limitan el ascenso femenino en la prensa. Elena de Miguel, fue más allá e hizo un llamado a las mujeres de su profesión para acabar con ataduras autoimpuestas:

“He visto a compañeras brillantes, con ganas de comerse el mundo, truncar sus sueños profesionales porque los sueños de sus parejas eran más importantes. Exijamos cambios, pero analicemos también las piedras que metemos nosotras mismas en nuestras mochilas.”