Cuando oí hablar de Carmen Balcells por primera vez, me moría de la envidia. Se decía que los mejores escritores de habla hispana caían rendidos a sus pies y eso para mí era lo máximo entre mis aspiraciones. Tomás Eloy Martínez, el escritor argentino que habría de coronar fama con “Santa Evita”, y con quien forjé una gran amistad entre las salas de redacción y la de su casa en Caracas, me hablaba de ella a finales de los años setenta, y no sé si él también se lo atribuía, pero a la agente literaria española se le endosaba para entonces la gestación, la preñez y el parto del famoso boom latinoamericano. ¡Nada menos! Se sabía que manuscritos de Cortázar, Vargas Llosa y Asturias, pasaban por sus manos antes de que las de ningún otro mortal que no fuera su autor los tocara, y al parecer, las manos de Carmen Balcells eran la ruta más corta para cualquier escritor que quisiera acariciar la fama.

Pero fue la segunda vez que supe de la barcelonesa la que tiene que ver con lo que escribo ahora sobre la importancia de las primeras frases en la obra de un escritor. Estaba yo viendo un vídeo de felicitación a Gabriel García Márquez que el diario El País publicaba con motivo del 85 cumpleaños del colombiano, cuando una voz vigorosa, de mujer segura de lo que decía, leía, firme y dulce a la vez, la primera frase de un texto:

“Al senador Onésimo Sánchez le faltaban seis meses y once días para morirse cuando encontró a la mujer de su vida.”

Y acariciando aquel libro entre sus manos frente a la cámara, esa mujer grande y ya entrada en kilos y años que era para entonces Carmen Balcells, entornaba sus ojos en una suerte de ensoñación romántica, como si lo que leía estuviera destinado a ella, como si el mismo Gabriel García Márquez le hubiera dedicado la primera frase del cuento “Muerte constante más allá del Amor”, con la que ahora ella explicaba por qué en los años 60 alguien como ella se había empeñado en ser la agente literaria de un hombre que escribiera así.

Escribir así

Es verdad que la agente y amiga del Nobel, en sus palabras grabadas aquel día, destacó características de la escritura del Gabo que van más allá del acierto de sus primeras frases -lo ilustrativo de sus palabras, lo universal de la comprensión lectora en sus obras-, sí, pero no es menos cierto que fue solo a partir del inicio de uno de sus cuentos como Balcells encontró la fórmula para explicar la grandeza del autor colombiano. “El hecho de decir que le faltaban seis meses y once días para morir es una cosa que a mí siempre me ha dejado completamente trastocada”, admite, “porque es tan ilustrativo… sobre todo, ‘para morir cuando encontró a la mujer de su vida’ y luego, todo un cuento para decir cómo es ‘esa’ mujer de su vida”, concluye Balcells.

Si la suerte de los libros está determinada en gran medida por la frase que dé inicio a la historia, entonces, puede uno entender mejor porqué algunas obras siguen atrapando lectores como la primera vez. “Metamorfosis”, de Kafka (“Cuando Gregorio Samsa se despertó una mañana después de un sueño intranquilo, se encontró sobre su cama convertido en un monstruoso insecto.”), es un buen ejemplo; “El extranjero”, de Albert Camus, también (“Hoy, mamá ha muerto. O tal vez ayer, no sé.”); y “Leviatán”, de Paul Auster (“Hace seis días un hombre voló en pedazos al borde de una carretera en el norte de Wisconsin”); y, también, “La vida exagerada de Martín Romaña”, de Alfredo Bryce Echenique (“Mi nombre es Martin Romaña y esta es la historia de mi crisis positiva”). Elija usted, entonces, su libro favorito y lea su primera frase, a ver qué le dice del esfuerzo del escritor para despertar su interés. Y sí, también se le permite extender la lectura más allá de dos o tres primeras palabras, hasta encontrar, dentro de ese primer párrafo de inicio, la primera frase que desencadenará la historia.

Rodrigo Blanco Calderón lo hace en su obra “The Night –galardonada en 2019 con el Premio Bienal de Novela Mario Vargas Llosa–, cuyas primeras frases van hilvanando, primero con comas y luego con puntos, el abrebocas del relato:

“Apagones. Al principio fue un largo, inesperado, apagón de cinco horas. Caracas parecía un hormiguero destapado. Más allá de las citas canceladas, los cheques sin cobrar, la comida descompuesta y el colapso del metro, Miguel Ardiles recuerda ese día con una ternura casi paternal: la ciudad sintió el estupor de ser cueva y laberinto.”

Blanco Calderón confiesa que se toma muy en serio la primera frase porque le asigna un rol fundamental:

Antes de sentarme a escribir –revela– es importante el trabajo previo de reflexionar y rumiar en mi cabeza la historia que quiero contar y cómo quiero contarla, de modo que la primera frase, aunque va a ser la primera para el lector, para mí es ya una especie de primer resultado, casi que de punto final de una etapa previa de creación. Es básicamente lo que marca la historia y el ritmo.

Rodrigo Blanco Calderón, escritor

“La importancia de la primera frase para un escritor, yo creo que es fundamental. Para mí la primera frase de un texto marca el ritmo general que va a tener ese texto. Por eso, el comienzo siempre es algo tan difícil. Yo creo que antes de sentarse a escribir, para mí es importante el trabajo previo de reflexionar y rumiar en mi cabeza la historia que quiero contar y cómo quiero contarla, de modo que la primera frase, aunque va a ser la primera para el lector, para mí es ya una especie de primer resultado, casi que de punto final de una etapa previa de creación. Es básicamente lo que marca la historia y el ritmo.”

Dicen los entendidos –mi profesor de Escritura Creativa entre ellos– que sin desmerecer para nada la estructura narrativa de introducción, nudo y desenlace, en todo relato la fuerza que atrapa al lector estará en la capacidad que tenga el escritor de generar desde el inicio en la mente de aquel una gran pregunta dramática: ¿Volverá a ser persona Gregorio Samsa? ¿Lamenta en verdad Meursault la muerte de su madre? Y como no se trata de preguntar explícitamente, el arte de generar esa interrogante con una primera frase potente garantizará el interés que mantendrá al lector apegado al relato.

Para el narrador Héctor Torres, autor de “Caracas muerde”, y co-fundador de la experiencia digital “La vida de nos”, aunque la frase final de un libro también sea muy importante, es la del inicio la responsable del hechizo y coincide en que las preguntas que genere en el lector mantendrán el encanto encendido:

La frase inicial es la encargada de hechizar al lector, la que da inicio a un universo que debe existir para el lector desde esa primera línea, como si no se tratase de una invención sino con la certeza de que, ya desde ahí, ese universo es irrevocablemente cierto. Debe dar la sensación de que ya de lo que estamos hablando es algo más o menos conocido por todos, o que despierte en el lector la impostergable necesidad de saber más. «En esa esquina había un poste», es el comienzo de una de las historias de “Caracas muerde”. Esa frase: sencilla, oral, cotidiana, da pie a que queramos que nos cuenten tantas cosas ¿Cuál esquina? ¿Por qué ya no está? ¿Qué pasa con ese poste?

Héctor Torres, narrador

«Efectivamente considero que hay dos frases fundamentales en un texto: la de arranque y la de cierre. De hecho, cuando termino de corregir un texto vuelvo sobre el primer y el último párrafo, y luego, con más énfasis, en la primera y en la última frase. La frase inicial es la encargada de hechizar al lector, la que da inicio a un universo que debe existir para el lector desde esa primera línea, como si no se tratase de una invención sino con la certeza de que, ya desde ahí, ese universo es irrevocablemente cierto. Debe dar la sensación de que ya de lo que estamos hablando es algo más o menos conocido por todos, o que despierte en el lector la impostergable necesidad de saber más. Y para lograr ese propósito trato de sostenerme en la musicalidad de esa frase. «En esa esquina había un poste», es el comienzo de una de las historias de “Caracas muerde”. Esa frase: sencilla, oral, cotidiana, da pie a que queramos que nos cuenten tantas cosas ¿Cuál esquina? ¿Por qué ya no está? ¿Qué pasa con ese poste? Eso, por ejemplo».

Leer así

En una entrevista que leí, a propósito de lo que investigaba sobre la importancia de la primera frase, Carmen Balcells relataba que García Márquez improvisaba espías en los hoteles más insospechados del mundo, cuando sabía que ella iba a leer allí algún nuevo manuscrito suyo. Lo hizo, dijo Balcells, en París, con “El amor en los tiempos del cólera”. Según su amiga, el Gabo le preguntaba a todos los que estaban con ella en la capital francesa: “¿Lloró al leerlo?”, “Dime, ¿lloró al leerlo?”.

No recuerdo la respuesta, pero puedo perfectamente imaginar que a Balcells le bastaba la primera frase del manuscrito de su amigo para saber si valía la pena. Es decir, si despertaría en cualquier lector el irrefrenable deseo de leerlo hasta el final.

No en vano, un ávido lector de clásicos y novedades literarias como Alfonso Matheus,  al consultarlo sobre el tema me dijo:

Un buen inicio no es necesariamente un punto determinante para definir la calidad de una obra, sin embargo solo si es capaz de conectar con nuestra memoria, la culminación del libro será una experiencia indeleble. Sin dudas, podría olvidar los momentos más movidos de una novela de la magnitud de “Cien años de soledad”, pero no ese inicio desbordante, cuando el coronel Aureliano Buendía recuerda, frente al pelotón de fusilamiento, el día en que su padre lo llevó a conocer el hielo. 

Me quedo con eso.

Alfonso Matheus, lector

«La primera frase de un libro debe tener una fuerza capaz de obligarnos a seguir leyendo. En esas primeras palabras el autor muestra un iceberg; señala, como si se tratara de un oráculo, el camino que recorreremos los lectores junto a los personajes.

Un buen inicio no es necesariamente un punto determinante para definir la calidad de una obra, sin embargo solo si es capaz de conectar con nuestra memoria, la culminación del libro será una experiencia indeleble.

Sin dudas podría olvidar los momentos más movidos de una novela de la magnitud de “Cien años de soledad”, pero no ese inicio desbordante, cuando el coronel Aureliano Buendía recuerda, frente al pelotón de fusilamiento, el día en que su padre lo llevó a conocer el hielo».

*La primera frase en la foto que ilustra esta entrada es de «Lágrimas en la lluvia«, de Rosa Montero.